La relación de los comerciales
con los gastos de representación darían para un sesudo ensayo con tantas páginas
que, con seguridad, acabaría en esa parte prescindible que todos tenemos en
nuestra librería. Claro está si fuese publicado y comprado, cosa que dudo. Y
todas las relaciones tienen su inicio y su encaje para que duren.
Apenas tarde un día en generar
gasto a la empresa y, como es lógico, tardé días en empezar a corresponder con
las primeras ventas. Gasolina, desayuno, comida, cena no pues el proveedor se
retrató, hotel y otro tanto en el viaje de regreso. Que formase parte de mi formación en los
productos que íbamos a comercializar no evitó la cara de sorpresa del cajero de
mi nueva empresa ante tal rosario de gastos. Reconozco que también yo me sorprendí
de lo que llega a gastar un comercial dando tumbos.
Entregué los recibos debidamente
sumandos, mi presupuesto semanal estaba en juego, necesitaba esas ocho mil y
pico pesetas del 1996 que adelanté de mi raída cuenta más corriente que nunca. El cajero no necesitó mucho más para
saber que el pardillo que tenía enfrente no se levantaría sin liquidar las
cuentas. Por teléfono recibió el OK. Cobré. Se con seguridad que desde ese día
pasé a formar parte de la leyenda de nuestra empresa como un “bon vivan”, el
posterior sobrenombre de “Gerente de ocio y Turismo” me lo adjudicaron tras
varios años en la empresa y todo un historial de hoteles, aviones, comidas todo
ello debidamente justificado.
Encina entre Agrón y Alhama de Granda. El Temple
Creo que fue por la comarca
granadina del Temple la primera vez que escuché un “Cuanto le pongo?” mientras
con el bolígrafo en la mano apuntaba directamente a la casilla “importe” tras
escribir “un menú” bajo el apartado “concepto”. Lo cierto es que esa pregunta
no era nueva pero si el lugar. En la pescadería, en la carnicería incluso en la
gasolinera con la manguera en la mano esa pregunta hubiese sido absolutamente
procedente. Con el ansía de fidelizar a camioneros y comerciales fui
aprendiendo que era una norma de cortesía no escrita que ayudaba a financiar
los gastillos del día a día.
Tarde poco en conocer a viejo
comercial del que ya os he hablado en algún que otro episodio. Aunque del mismo
gremio su mono producto de primera necesidad para el sector de la construcción
le hacía pertenecer a una casta claramente superior, algo así como a la Realeza
mientras mis productos se encontraban a caballo de la burguesía y proletariado.
A su rueda reconozco que le ahorré dinero a mi empresa, conocí los mejores
sitios para comer de nuestra Andalucía y aprendí hasta “latín” sobre el
mundo de los gastos de un comercial.
Aprendí también de él a elegir
cuando invitar a un café o comida a un cliente y cuando no. Supe como elegir
bien las horas de visita para evitar la simple posibilidad. Comprendí a evaluar
cuando un gasto con un cliente era
realmente una inversión y cuando un festival por la cara. Sobre todo me
hizo ver que una empresa jamás debe compensar gastos de representación vía
dietas en nómina pues sí justificando los gastos semana a semana los más
listillos rebañan una miseria la condición humana hace de las dietas claramente
un sobresueldo que, a los pocos meses, deja de cumplir su objetivo y son
utilizadas para pagar la letra del coche, televisor o apartamento de la playa.