sábado, 24 de agosto de 2013

La peluquera y la Sra Winfrey

Oprah Winfrey  es una aficionada. En el banco tendrá un pastizal pero es una aficionada.  Al sentirse menospreciada por una simple vendedora desenfundó y la acribilló. ¨Manca finezza´ que diría el clásico. Desató la tormenta mediática sobre la vendedora y, dice, le faltó poco para comprar de la tienda hasta el tirador de la cisterna. La opción fue una campaña impagable para el comercio una vez que el dueño dejó claro que Oprahmalinterpretó a la vendedora. La segunda venganza prevista hubiese sido el deseo cumplido de todo vendedor, colocar en una sentada toda la tienda y largarse a tomarse una alhambra bien fría


Que los comerciales, vendedores y demás ralea de los que nos ganamos las habichuelas vendiendo cosas nos equivocamos, nos guiamos intuiciones o nos dejamos llevar por perjuicios esta tan cierto como que si se nos pincha sangramos. Ya puestos a contar verdades también es cierto que necesitaríamos las estanterías de la Biblioteca Nacional para archivar todos los casos de clientes que nos tienen horas dando vueltas para no llevarse ni un Chupa Chups. Va en el sueldo y no lo contamos.

Si mi comprensión lectora sigue en buen estado de revista la señora Winfrey pretendía vengar una posible duda sobre si es más grande su ego o su cuenta corriente. Si de eso se trataba decirle que necesita unas clases urgentes de una peluquera granadina,  del barrio de los Pajaritos para más señas y de cuyo nombre no viene a cuento que me acuerde.

Chándal con años que uso, algo sudada y con la cara reflejando la fatiga de no estar en una terracita con el periódico y un café iba de regreso a su casa nuestra peluquera cuando se topó con el escaparate de una tienda de bebés.  Surtió el efecto para el que se diseñó, el escaparate digo. Tras rondar  por tierra, mar y aire un modelo de cochecito, y viendo que la vendedora no se le acercaba, solicitó su ayuda. Le  soltó eso del embarazo familiar y demás notas aclaratorias para justificar su repentino interés por el modelo del escaparate. La vendedora no tendría un buen día y le dio por colocarle uno más barato sin percibir que el objetivo estaba definido y no era objeto de negociación. A cada pregunta sobre el modelo “vip” respuesta sobre la opción “low cost”.

Conociéndola supongo que a la tercera vez que le intentaron vender el carrito por el que ella no preguntaba alzó la barbilla y abrió de par en par los agujeros de la nariz hasta dejar la tienda sin oxígeno en una insuflación sin fin. Cosas del cansancio optó por contener lo que su carácter le pedía y se fue.

En palabras textuales suyas regresó a los dos días “toa emperifollá, con  los oros encima y con la embarazá, mi hermana”. Se centraron de nuevo en el carrito “vip”. Esta vez la vendedora les saltó encima, la dejaron hablar. Tras la retahíla sobre las bonanzas que atesoraba el dichoso carrito y  viendo que ya tenía pintada en la cara esa media sonrisa que se nos pone a los comerciales cuando intuimos una venta está en el zurrón decidió que ya era suficiente y le espetó: “déjelo, sólo he entrado para enseñarle a mi hermana el carrito que no me quiso vender el otro día y que pienso comprar en otro sitio”

Lo dicho Oprah, si de destrozar a una vendedora se trataba no era necesario que se enterase medio mundo, una ración de malafollá granadina es más efectiva que pavonearse de los muchos ceros que tiene en su cuenta corriente. Si quiere  dejar de ser una aficionada en estos asuntos por DM te paso la dirección de la peluquera.

Publicdo en Ideal de Granada el 24 de agosto de 2013

miércoles, 7 de agosto de 2013

Hasta los monos nos mienten.

Los comerciales tenemos por costumbre analizar casi todo bajo nuestro prisma, como si de una operación de venta se tratase y si la hubiésemos enfocado de una forma u otra.  Supongo que es un efecto secundario derivado las horas al volante o las esperas para ser atendidos. Puede darte por esa linde o por la nómina tan penca que calzas. Si eres optimista optas por la primera ya que en la segunda puedes ir por lana y que te sujete Oli Rhen mientras Cristhine Lagarde te trasquila.

Los intervinientes en la operación que me ha dado por analizar son dos que firmaron un contrato hace trescientos años y un tercero a modo de inquilino pejiguera. La ´cosa´ objeto del contrato una parcela minúscula pero bien ubicada que cedió uno de los firmantes al segundo como pago de deudas… deudas de juego por simplificar que de eso también sabemos un rato los comerciales, simplificar digo.

Con sus más y sus menos durante todos estos años uno no asume lo que firmó y el otro sabe que se aprovechó, pero tiempo habrá de devolver la parcelita que a todo lo bueno se acostumbra uno.  Lo divertido del asunto empieza cuando vas descubriendo que en este último encontronazo todos lo que quieren venderte una burra pero te enseña otra.

1.- Al inquilino pejiguera se le ha quedado pequeña la parcela, por ley no puede ampliarla y lleva años sisando terreno así que sabe que todo el monte es orégano y actúa en consecuencia.

2.- El que por deudas de juego firmó, entregó y perdió la parcelita le pone los focos a la última travesura del inquilino pejiguera para intentar que nos despistemos mirando la herida del dedo y no el bosque en llamas que señala.

3.- El dueño de la parcela está hasta la gorra del primero y del segundo ahora que eso de los puntos estratégicos militarmente hablando es cosa del pasado. Pero mira por donde  ni puede dejar tirado a quien le guardó la parcela tantos años ni puede enfadarse con el que perdió la parcela ya que en esta etapa histórica son socios y sabe positivamente que si en su lado estuviese ya habría echado las patas por alto hace unas cuantas travesuras.



Llegados a este punto en el que nadie te dice la verdad y todos quieren que les compres “su verdad” el comercial debe ponerse de lado de los suyos. Y me pongo. Pero no es necesario contar medias verdades para defender nuestro producto señor Ministro. La razón nos asiste y si hubiese enfocado la operación con el único objetivo de pararle los pies al ese inquilino pejiguera “su verdad” sería la nuestra y nos la acabarían comprando todos.

Las operaciones a tres bandas en las que no puedes acabar mal con nadie necesitan de mucha acción, pocas fanfarrias y ningún aspaviento. Las últimas “chinitas” que nos tiró el inquilino estoy seguro que pide una reacción exigiendo el cumplimiento de aquel contrato que firmamos por nuestra mala cabeza pero sin titulares, como lo hacen ellos, con nocturnidad, como lo hacen ellos.


El problema es cuando se utiliza la última provocación del inquilino pejiguera para despistarnos y vendernos otra burra. Corremos el riesgo de dejar nuestras vergüenzas a la vista de todos y que el primo de zumosol del inquilino pejiguera se vea obligado a tomarnos por el pito del sereno una vez más por más que sepa que la colleja la está necesitando su protegido. Para una vez que podíamos defender algo juntos hasta los monos nos mienten.