Vivir 20 años junto al tren puede
acabar en odio eterno o en todo lo contrario, como es mi caso. Los cercanías,
para estudiar, comprar y vivir. Los mercancías, interminables para contar
vagones desde el patio de la
escuela. El andaluz, para las vacaciones. Y el tren hotel a
París para soñar siempre que lo veía pasar. Solo los mercancías que pasaban por
Flaçà, en la línea Barcelona-Portbou, eran más interminables que el expreso a Andalucía de los 70 preparado en
el andén de la estación del Norte. Los primeros pasaban junto al colegio, cargados de naranjas o coches, camino de los mercados europeos. El andaluz lo
hacía cargado de personas, maletas e ilusiones, con veinticuatro horas por
delante para llegar a la estación de la Avenida de los Andaluces.
En los primeros 80, las dieciséis
horas no te las quitaba nadie, pero jamás se hizo largo ese viaje dentro de un
universo diferente, investigando dónde estaría el coche restaurante, dónde los
que iban para Sevilla, Málaga o Córdoba, pensado en las historias de cada uno
de los pasajeros. Supongo que mis padres no estarían muy de acuerdo con mi percepción
del tiempo cargados de maletas, cesto de comida y vigilando nuestras
excursiones a lo largo de 30 vagones o que aterrizásemos desde la litera al
primer salto.
Convencido del ferrocarril como
medio para crear sociedad, me propuse que fuese nuestro medio para los viajes
de empresa a Barcelona. Os garantizo que no es fácil decirle a alguien que no
cuenta con el tren en su ideario que encerrarse once horas es una opción. Echando
mano de la aventura y del ahorro que suponía en los primeros años 2000, lo
conseguí varias veces. Entre Moreda y Linares-Baeza, la cena. Por Alcázar
de San Juan ya leyendo entre sábanas. Y el desayuno como le gusta a Guardiola,
bien temprano, con vistas al mediterráneo que baña la imperial Tarraco. Estar a
las nueve de la mañana a pocas paradas de metro de la feria o cualquier otra
cita concertada en la
ciudad Condal convencía a cualquiera. Repetimos esta rutina
varias veces al año durante un tiempo, hasta el punto que ya no fui yo el único
en dormir plácidamente al ritmo de los traqueteos, rebotes y rechinar de las
ruedas.
Foto gentiliza de Javier López Ortega |
Ahora que Renfe parece que ha
conseguido meter en pérdidas el tren hotel Granada-Barcelona a base de precios
fuera de mercado y de no renovar los coches, es bueno recordar que volar desde
Granada a Barcelona cuesta 220 euros ida y vuelta, aunque eso sí, te toca pagar
taxis y una noche de hotel por aquello de unos horarios acabando el viaje en un
parecido al tren hotel, un pastizal. Pero si no odias mucho el asfalto puedes
ir y venir en el día volando desde Málaga por 80 euros, con tiempo más que suficiente
para hacer gestiones. Incluso sumando los 50 euros del taxi en Barcelona, otros
50 para el gasoil y 20 más para el aparcamiento del aeropuerto malagueño, la
cuenta sale.
6 comentarios:
Como siempre, ¡genial!.
Anónimo, me tomo yo la cerveza que te debo! ;)
Una verdadera lástima! Esta crisis nos está haciendo retroceder hasta el infinito y más allá.....
Lástima y dejadez. En lugar de replantear el "producto" e intentar hacerlo atractivo de nuevo optan por lo fácil, cerrarlo.
Nada, nada, seguid así, vecinos. Una vez más a Granada se la comen las circunstancias de otros. De seguir así, el aeropuerto será absorbido por algún otro ya proyectado en Antequera.
Y ojo con la Alhambra, que todos esos que llegan con pinta de despistados, tostaditos y tambaleándose, son cruceristas aparcados en el puerto de Málaga. Como protesten un poco por la distancia id echándose a temblar. ;-)
Paco Muñoz (http://coventaria.es)
A la Alhambra pronto le ponen ruedecillas y la tirán Pedrizas a bajo para que no esté tan lejos de la Playa ;)
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