Siempre me ha resultado
interesante observar como nos desenvolvemos los comerciales en diversas
situaciones, como es el comportamiento cuando nos sacan de nuestro hábitat y
que rol adopta cada uno. Si pretender atribuirle valor científico estaréis
conmigo que la “formación” con palabras mayúsculas, saca lo mejor de cada uno.
Una de las primeras charlas de
formación a las que asistí fue en Córdoba, sede de nuestro proveedor. En el 96
la mejor carretera par llegar era la
N 432… toda una trampa, hoy en día también, si pasabas por
ella en plena campaña de la aceituna. Tras el décimo tractor hasta lo topes
decidí resignarme y llegar a la fábrica cuando los “aceituneros altivos”
cordobeses tuviesen a bien. Tras las justificaciones oportunas me incorporé a
un grupito que esperaba aburrido y nos enseñaron ese mastodóntico centro de
producción.
Tras la visita, y entre cifras
que no alcanzaba a comprender, nos llevaron a una sala para 100 personas, no
tuve que hacer muchos esfuerzos para localizar un sitio pues apenas éramos las
mismas 10 personas. Si no recuerdo mal había más representantes de la
multinacional, entre técnicos y comerciales, que asistentes a la charla. Nerviosos
no estaban, eso me intrigó.
Sala de Formación Grupo Pérez Lázaro |
Con la prudencia de un recluta me
zampé toda la charla sobre el producto, tomé notas, escuché las pocas preguntas
que se hicieron, asentí y abrí los ojos a parte iguales pero mi atrevimiento no
alcanzó para lanzarme. Las dudas la guardé para otra ocasión mejor.
La conferencia duró unas 2 y
media horas sin descanso y, debido a mi lógica ubicación en la primera fila, no
fui consciente de cómo se transformó la sala a lo largo de la última hora. Cuando
empezó el turno de preguntas estábamos al 50% y para las últimas preguntas no
cabía un alma. A todo esto indicar que el 90% de las consultas fueron
exclusivamente sobre precio y lo caros que resultaban en el mercado los
productos… para variar.
Los murmullos se transformaron en
estruendo y esa fue la señal para dar por finalizado el turno de preguntas con
tal naturalidad que se diría que era lo habitual... De una puerta lateral que no
tenía controlada apareció un camarero y miró fijamente al responsable del evento a la espera de un leve cabeceo que se produjo sin más. Como
de una gatera en una casa en llamas salieron bandejas con cervezas, copas de
vino y algunas, pocas, con refrescos.
“Si no rematas una charla técnica
con unas cervezas aquí no aparece ni Cristo y el objetivo final de toda formación
es que mañana, pasado y al otro sigan entrando pedidos”. Me dijo uno de los
organizadores con la segunda cerveza en una mano y un rollito de jamón York con
huevo hilado en la otra.