En estos meses que frecuento círculos andalucistas he
llegado a comprobar algo cercano a la clandestinidad. En
cierto modo se diría que he pasado a formar parte de algún grupo de mal vivir y
nada recomendable con responsabilidad directa en cualquier fechoría política que mantiene a Granada y a
Andalucía anclada en el fango. He dejado de ser el yerno ideal si alguna vez lo
fui, claro.
Hay más versiones en los comentarios que he escuchado. Desde
la lástima hasta preguntar si todavía existe el Partido Andalucista pasando por
un tono de folclore o especie en peligro de extinción. Últimamente empieza a
predominar otra vinculada a mi estrecha relación con Cataluña. “¿te has vuelto
independentista?”.
Mi andalucismo como dije al aterrizar poco tiene que ver con
soltar lastre y reafirmar la identidad de mi pueblo. Es más bien al contrario.
Se trata de priorizar. Consiste en centrase en los problemas propios y dirigir
todos los esfuerzos en la búsqueda de una senda que nos labre un futuro digno.
No doy para más.
Ante la insistencia de un
conocido aparqué la tostada y una entrevista a Antonio Jesús Ruiz y le dije que sí. Que mira por donde a mis
años me había vuelto independentista pero que en el fondo lo fui siempre pero
no lo sabía. Que había reventado las puertas del armario para proclamar mi
independentismo. Sí, quiero que Granada y Andalucía se independicen de una vez
de esas tasas de paro insostenible, del clientelismo político, de la política
de #mesacamilla, de y tú más, de los que atraviesan Despeñaperros para
menospreciarnos, de los andaluces indolentes, de los trápalas, de
los empresarios de cartón piedra, de volver a emigrar para sobrevivir, del estoy en contra por joder y del estoy en
contra porque no puedo resistir que tu aciertes y de todo eso quiero
independizarme y que se independice mi tierra a la carrera del furgón de cola
antes de que le tomemos cariño.
Ahora no recuerdo quien se quedó
más frío, mi conocido o el café. Me pedí otro, el café frío, la hipocresía y el
cainismo me rebotan el estómago.
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