Flandes, año 1565 de nuestro señor. Margarita de Parma comunica a Felipe II que las cosas
han pasado de castaño a oscuro y que no tragan los Flamencos. Que la heregía del tal Calvino
campa a sus anchas. El muy católico Rey decide que si no quieren caldo les piensa dar unos
cuantos cubos imponiendo los decretos tridentinos limitando así la libertad de culto. Como
era de esperar para todos, menos para la corte de meapilas asesores del monarca, la cosa no
sienta muy bien entre la nobleza y los calvinistas. Eso de “españolizar” o variantes se diría que
lo llevamos en los genes.
Las primeras fisuras se transformaban en brechas y los discursos de los que ven a Felipe II
como un rey 100% castellano y nada flamenco empieza a calar. Que en la guerra comercial
entre los productores de lana mesetaria y la floreciente industria textil tome partido por la
nobleza castellana seguro que le alejó de ellos casi tanto como no hablar ni una palabra en el
idioma natal de su padre.
Con las ascuas bien calientes estalla una guerra local en el báltico provocando una crisis en la
zona y, mira por donde, depender de una monarquía tan lejana en los mapas y en el fondo que
limita su libertad de culto y socaba sus negocios se establece como lastre para remontar la
situación, ¿qué, vamos atando cabos con la actualidad?
A los primeros disturbios le sigue un diagnóstico errado de raíz y se le encarga a Don Fernando
Alvarez de Toledo la pacificación de las provincias. A este buen señor sólo se le ocurre repartir
estopa y establecer nuevos impuestos para sufragar a las tropas. 1568, año 1 de la guerra de
los 80 años. Si pudiésemos poner un micro en las reuniones de los sucesivos reyes con sus
consejeros la imposición de la ley hecha verdad única se encargó de abrir la brecha que se hizo
insalvable con la suma de agravios e incomprensión mutua.
Setenta y nueve años más tarde, innumerables masacres de por medio, victorias de unos y
otros, derrotas de todos acabó en la paz de Westfalia reconociendo la independencia de los
Paises Bajos de la monarquía católica española.
La cultura, el idioma, las tradiciones y el respeto mutuo son el calvinismo de nuestra época. Si
le queda una oportunidad a esta España nuestra habrá que poner sobre la mesa las
diversidades y no uniformizar, nuestras potencialidades y no debilitar para diseñar un futuro
basado en el respeto absoluto. La pelota está en nuestro tejado y si no estamos dispuestos a
seguir nuevos caminos que dejen de agrandar la brecha que nos separa mejor dejarlo ya y no
esperar ni ochenta ni un año más. Asumamos pronto que hay asuntos que ni los Tercios de
Flandes ni los tribunales a base de querellas puede mantener unido lo que la falta de tacto y
respeto separa.
han pasado de castaño a oscuro y que no tragan los Flamencos. Que la heregía del tal Calvino
campa a sus anchas. El muy católico Rey decide que si no quieren caldo les piensa dar unos
cuantos cubos imponiendo los decretos tridentinos limitando así la libertad de culto. Como
era de esperar para todos, menos para la corte de meapilas asesores del monarca, la cosa no
sienta muy bien entre la nobleza y los calvinistas. Eso de “españolizar” o variantes se diría que
lo llevamos en los genes.
Las primeras fisuras se transformaban en brechas y los discursos de los que ven a Felipe II
como un rey 100% castellano y nada flamenco empieza a calar. Que en la guerra comercial
entre los productores de lana mesetaria y la floreciente industria textil tome partido por la
nobleza castellana seguro que le alejó de ellos casi tanto como no hablar ni una palabra en el
idioma natal de su padre.
Con las ascuas bien calientes estalla una guerra local en el báltico provocando una crisis en la
zona y, mira por donde, depender de una monarquía tan lejana en los mapas y en el fondo que
limita su libertad de culto y socaba sus negocios se establece como lastre para remontar la
situación, ¿qué, vamos atando cabos con la actualidad?
A los primeros disturbios le sigue un diagnóstico errado de raíz y se le encarga a Don Fernando
Alvarez de Toledo la pacificación de las provincias. A este buen señor sólo se le ocurre repartir
estopa y establecer nuevos impuestos para sufragar a las tropas. 1568, año 1 de la guerra de
los 80 años. Si pudiésemos poner un micro en las reuniones de los sucesivos reyes con sus
consejeros la imposición de la ley hecha verdad única se encargó de abrir la brecha que se hizo
insalvable con la suma de agravios e incomprensión mutua.
Setenta y nueve años más tarde, innumerables masacres de por medio, victorias de unos y
otros, derrotas de todos acabó en la paz de Westfalia reconociendo la independencia de los
Paises Bajos de la monarquía católica española.
La cultura, el idioma, las tradiciones y el respeto mutuo son el calvinismo de nuestra época. Si
le queda una oportunidad a esta España nuestra habrá que poner sobre la mesa las
diversidades y no uniformizar, nuestras potencialidades y no debilitar para diseñar un futuro
basado en el respeto absoluto. La pelota está en nuestro tejado y si no estamos dispuestos a
seguir nuevos caminos que dejen de agrandar la brecha que nos separa mejor dejarlo ya y no
esperar ni ochenta ni un año más. Asumamos pronto que hay asuntos que ni los Tercios de
Flandes ni los tribunales a base de querellas puede mantener unido lo que la falta de tacto y
respeto separa.
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