Eran casi la hora de cerrar el
chiringuito y este seguía sin aparecer. El IVA sin cerrar, la cerveza calentándose
y la cena enfriándose le estaban poniendo de un humor regular. El portero sonó
y le dijo a Laura que por hoy estaba bien, que abriera la puerta al “Pegaso” y
que mañana sería otro día. A Manuel “el Pegaso”, que desde hacía años se ganaba
la vida con un MAN, todo el pueblo le conocía por el viejo Comet de su
padre. Era una leyenda. El camión y el padre.
Sólo tuvo que firmar los
documentos que Gerardo, su asesor, le fue poniendo sobre la mesa. Para el “Pegaso”
lo importante es que “eso” no le costaba un euro, que esa ventaja era por estar
en “módulos” y con estos favores el cliente jamás pensaría en retirar
materiales de otro sitio ni encargarle portes a nadie que no fuese él. Algo de
fidelizar clientes le había dicho un día su amigo Gerardo al calor de las
enaguas de la mesa camilla de su casa y unos cuantos vasos de mosto. Cuando le
daba por soltar palabras raras era único.
Se despidieron hasta el trimestre
siguiente no sin antes recordarle que debía comprar ya todo sin IVA hasta final
de año o de lo contrario Montoro le subiría de módulo. El negocio de los tres
dependía de eso, del asesor, del “Pegaso” y un tercero en estimación directa cliente también de la
asesoría.
Para Manuel el día no había
acabado, en la puerta del almacén le esperaba un representante que le vendía
los ladrillos y otros materiales. Tenía efectivo suficiente, a media tarde,
Luis el de la vaquería, le había pagado a toca teja el porte de las alpacas. Al
comercial lo despacho pronto. El “Pegaso” sacó los tres mil quinientos euros del bolsillo delantero, los contó, los contó el
representante y antes de que abriese la boca le había dicho que nada de IVA
hasta que acabase el año. Eran lentejas le dijo, que por aquellos montes nadie
sabía de barcos y muchos menos de “ivas” ni “venías”. Manuel se había aprendido
de carrerilla ese chascarrillo de tanto repetírselo sus clientes a él.
El día no había sido malo, las
gentes de esas tierras eran magníficos pagadores y la fábrica de ladrillos que
representaba desde hacía años tenía tan buen material como tragaderas para los
asuntos del “sin gas” así que se levantaba un sueldo razonable a cambio de dejar en el maleteros sus escrúpulos y su argumentario técnico sobre los productos.
Sin darle tiempo a que el chucho del vecino empezase a
ladrarle al alba ya estaba rondando de la cocina al baño. A Lucas no le hacía
gracia dormir en su casa con la recaudación del día, esas noches se le hacían largas por más que tuviese varios escondites de garantía repartídos por todo el sótano.
Antes del café ya habría soltado
el “paquete” en la oficina y carretera que otros “Pegasos” esperaban. Se había
acostumbrado a manejar billetes de otros sin hacer preguntas y tenía asumido hacía tiempo que el IVA era el único argumento de venta que valía en las trincheras.
El contable se subía por las
paredes. Lucas decidió que lo mejor era largarse que en esos casos el que menos
pinta suele recibir hasta en el cielo de la boca. Ya no sabía a que puerta llamar para
colocar tanto “sin polvo”, bueno sí lo sabía pero le jodía. Levantó el teléfono. La cita era para antes de
cerrar el inventario.
En una mano la factura por todo
el producto vendido “a pelo” por esas carreteras, en la otra la bolsa con
tantos euros en metálico como indicaba la base. Tras hablar del tiempo, el fútbol y lo
malos que eran todos los políticos Pedro le entregó 10 talones que sumaban el
importe íntegro de la factura y el contable le dio la bolsa.
Pedro tenía prisa, no por
contabilizar la factura para desgravársela como gasto, el pleno estaría
acabando y tocaba cenaba con el alcalde, un concejal y otro tipo que siempre
estaba aunque no sabía muy bien que pintaba, de la estructura le habían dicho
alguna vez. La obra empezaría en un mes y hoy les compensaría todos los desvelos en lubricar diversas operaciones. Coches, apartamentos y viajes varios
podían dar fe. Por otro lado las elecciones estaban al caer y sería un desastre
que faltase efectivo para la campaña.
La famosa ardilla podría cruzar
España saltando de los clientes a los “Pegaso”, de estos a los asesores, a los
representantes, a los contables, a los blanqueadores... todos inocentes, todos
metidos en el ajo. Si la puñetera ardilla
hablase más y saltase menos le diría al “Pegaso”, al asesor, al comercial, al
contable que tuviesen piedad de ella y, como mínimo, recapacitasen un poco la
próxima vez que hablase de lo malos que son “los políticos” y del fraude en las
grandes esferas. La ardilla de las narices le diría también que asumiesen de una vez que son eslabones imprescindibles de la misma cadena. Cadena del WC por el que nos iremos todos
si no nos plantamos pronto.
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