Los pueblos cercanos al área
metropolitana de una gran ciudad pierden día a día, año a año parte de la esencia
que les ha caracterizado a lo largo de los siglos. Es así y poco se puede
hacer. Hablamos de tradiciones que se remontan a culturas de las que creemos
que ya nos queda poco.
Los ocho siglos que nuestra
tierra estuvo bajo la cultura musulmana ahogan cualquier vestigio de nuestro
pasado romano, pero no hace falta escarbar mucho para darnos de bruces con
aspectos indudablemente ligados a esa herencia.
El concepto familia en su más
amplio significado, la protección, el respeto a los ancestros y el llevar su
apodo con orgullo por más que evoque un significado peyorativo es, sin duda,
una de las herencias más claras.
El “cognomen” o tercer
nombre (Marco Tulio Cicerón) nació para distinguir a los diferentes
individuos de una misma “gens”. En un momento indeterminado de la República
empezó a transmitirse de padre a hijo marcando diferencias dentro de una misma
gens. El origen de cada cognomen podía
ser un aspecto de la personalidad, del físico o lugar donde hubiese ocurrido un
hecho significativo para el personaje.
Si cambiamos “cognomen” por “apodo”
entenderéis, o eso espero, el por qué mantengo que la familia, y como se la
reconoce en cada pueblo, es una de las herencias más directas e inalteradas que
la vieja Roma nos ha dejado.
Si os hablo del “agricultor,
barba roja, albino, guarda de asnos, pelo negro, tartamudo, rubio, cabezón, prudente, veloz, alto,
garbanzo, trompeta, cuervo, rubio, anguila, vigoroso, narizón, pasos largos,
pintor, orejas de soplillo, bello, pelirrojo,
manco, zurdo, cojo, bastón, viejo, tuerto, pantorrilla, palurdo, cerdo o enterrador” podríais pensar que son los apodos de
cualquiera de nuestros pueblos.
Pero si escucháis “agrícola, Ahenobarbus,
Albinus, Annalis, Atellus, Balbus, Cannus, Capito, Cato, Celer, Celsus, Cicero,
Cornicen, Corvus, Flavus, Murena, Nerva,
Nasica, Pansa, Pictor, Plautus, Pulcher, Rutilus, Scaevola, Scaurus, Scipio,
Seneca, Strabo, Sura, Varro, Verres o Vespillo” sentiréis que nos hemos
trasladado, de repente, a la mismísima Roma.
Tratarse por los apodos,
lejos de estar mal visto, debería ser todo un orgullo pues está anclado en lo
más profundo de nuestras raíces. Cada pueblo que conserva todavía su identidad
mantiene sus apodos y que sea por mucho tiempo.
Así que llamarnos en Otura,
por ejemplo, por “Cornetas, Sacristanes, Chirreas, Chaquetas,
Tiraeras, Lentejas, Pimientos, Berengenas, Colorines, Canastas, Corrías,
Cartones, Funelas, Rajas, Pajarillos, Vizcos, Bocaníos, Monticos, Turruanos,
Payasos, Reventares, Secanos, Juanilletes, Garzas, Cominos, Dormíos, Bichuchos,
Paqueras, Serenos, Botas, Gorduras, Pintaos,
Seisdeos, Culebras, Pacojuanicas,
Pantorrillas, Guacharros, Niñobonicos, Celestinos , Muertomorios, Picolas,
Penos, Pichacos, Amagaos, Canastas, Coloraos, Minguitos,
Terriales, Gatos, Cachitos, Chinos, Los Dios, Alpargateras, Salaillos, Chamareas,
Minas, Coloraos, Rules, Repicas, Romeros Potajes, Rauñas, Almensales, Julianes,
Zapatones, Loquillos, Luques, Topos, Puntocos, Canos, Artilleros,
Figuricas, Barberos, Fideos, Manquillos, Pellizcos, Tijericas, Farfollas,
Mistos, Carretas, Pleiteras, Pitirres, Estanqueros, Rubios, Iglesias, Bayos, Cazorlas, Botas,Azuquitas, Horneros, Molineros, Polleros, Titillos, Linicos, Caillos, Cirilos, Buenos Mozos o Artilleros” es el mejor homenaje a nuestros antepasados y a nuestra cultura romana.
Aquí un Reventares, Rajas, Secano y
Juanillete.
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