Hasta hace unos días pasear por
el centro de Granada carecía de contraindicaciones. Una y otra vez yonqui de
sus calles, plazas y edificios las recorro, las disfruto, los osbservo. Aquí
dónde nació D. Alvaro de Bazán, allí otra placa perdida nos recuerda que
también es paisano D
Mariano Alvarez de Castro…Tras visitar Los Jerónimos y la
tumba del Gran Capitán enfilamos hacia el patíbulo de Mariana, al antiguo
cementerio ziri... No hay esquina que no mire con los ojos de la historia y de
los personajes que la
hicieron. Absorto y con la guardia baja recordé que
necesitaba un teléfono nuevo para alguien cercano. Entré. Y lo pagué caro. El
teléfono no, la temeridad de no esperar y pedírselo a mi proveedor habitual.
Una semana y el aparato dijo que basta.
No quería arrancar ese día ni a pedales. Cuando vas al centro por placer lo disfrutas, cuando vas por obligación lo
sufres. Que no rebosaba simpatía si lo note pero para recoger un teléfono y
tomar nota de la garantía tampoco esperaba un abrazo y, que demonios, un mal
día lo tiene cualquiera.
Tras quince días sin noticias
llamé. Noté cierto tono desagradable. Para decirme que tenía que haber recibido
un sms con el aviso no es necesario notar que te están dando una colleja. Sms
si lo hubo no lo vi., pero colleja telefónica sí hubo y la noté pero callé.
Fui. Aparqué y entré. Antes que a mí vapuleó a un señor entrado en años. Digo
vapuleó y digo bien. Se diría que era a mí a quien le estaba haciendo una faena
de aliño doliéndome la colleja telefónica más ahora que antes.
¿Contrato? Contrato en el mostrador.
¿DNI? DNI en el mostrador.
¿Código de aviso de la
reparación?
.- Disculpe? le dije. No he recibido ningún sms.
.- Sin el código que le hemos
remitido por sms no le puedo entregar el teléfono. Se lo dejé clarito. Le atendí
ayer por teléfono y se lo avisé. ¿El siguiente por favor?
Eso ya no fue una simple colleja,
fue una guantá con la mano abierta. Marcando el terreno lo dijo con el tono
suficiente para que toda la tienda, clientes y otros dependientes, supieran que
acababa de descabellar a otro y se preparaba para cortar orejas y rabo. Ante mi
mirada de auxilio previa a la tormenta los compañeros bajaron la cabeza y los
clientes abrían los ojos pero nadie salió ha echarme un capote.
Le rogué que no me hiciera
volver, que me había identificado
suficientemente. Nada. Opté por dejarle claro que para invitarla a unas copas
no estaba. Pero era brava y se creció. Me enseñó el sms enviado. Por más que le
dije que ese número al que remitió el sms era el averiado no tuvo compasión. Viendo
que a testosterona tampoco la doblegaba opté por pedirle el libro de
reclamaciones. Sobre la mesa lo soltó con aires de triunfo. Perdí el primer
asalto. Derrotado escribí, me desahogué y me fui.
Una persona que atiende al
público y que disfrute poniendo pegas, que se crezca ante el fallo del cliente
y que le restriegue sus errores es una herramienta de lo más eficaz para hacer
fracasar cualquier negocio, cualquier persona con simples luces cortas debería
saberlo y si es “empresario” más. Por
cierto, el segundo asalto lo gané. En ningún sitio ponía que era imprescindible
es puñetero código. Acepté las disculpas del encargado pero no les perdono que,
durante quince días, ir al centro de Granada fuese una tortura.
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