En capilla para irme de
vacaciones un día agobiante de agosto me llamó un cliente del que poco o nada
sabía desde hacía unos años. Quedamos. Una operación de las de antes, palabras
textuales, le había llovido del cielo y tenía que pasar precio “ayer”. Aparqué
las chanclas y bermudas que no tengo para atenderlo. Colgué y apareció ante mí.
Lo primero que me pasó por la mente es que los años no pasan en balde y menos
si son como los últimos cuatro que nos han arrollado. Seguramente pensó lo
mismo de mí.
Una vez comprobado que el frente
familiar seguía sin novedad y que sólo por el profesional nos atacaban los
malos de todos los gustos, colores y sabores me expuso la operación. Muy
pronto comprendí a que se refería con el escueto “una operación como las de
antes”. Poco margen, mucho volumen y todo el riesgo del mundo. Para completar
el cuadro quería llevar la oferta “puesta”.
Por lo visto no tenía otra mejor
que hacer y me cercó por tierra, mar y aire a base de llamadas, e-mails y ratos
muertos en mi despacho. Se la entregué por fin. La miró, me miró, la miró de
nuevo para acabar mirándome con los ojos de par en par. No entendía un par de
puntos de las cláusulas del contrato. En una aparecía la palabra “aval” ¿Qué
Aval? Y en otro punto “Contrato tripartito” ¿Contrato tripartito con el
promotor? ¿Qué contrato?. Efectivamente mi amigo tenía claro que pretendía
firmar al estilo compadre, con menos papeles que un libre para
acabar transformando una operación mercantil en la simple y estresante ruleta
rusa. Una como tantas que se firmaron y nos tienen a este sector como el gallo
de Morón pero sin ni siquiera poder cacarear.
Desconecté mientras me
bombardeaba con todo su histórico y lo buena gente era. Hacía calor. Mientras explicaba
batallas que yo no recordaba me vino a la cabeza uno de los pocos aciertos de
nuestro anterior Presidente del Gobierno en lo referente a nuestro sector. Si
no recuerdo mal poco antes de postrarse ante los perversos mercados y su profeta
Merkel soltó “Gran parte del empresariado del sector de la construcción es de cartón-piedra”.
Regresé al presente. De nuevo estaba ante una operación de cartón-piedra pero
esta vez con unas cuantas cicatrices de más y muchos pelos dejados en la gatera. Tras unos cuantos cafés en la cafetería del polígono y exponerme que media España todavía le daba crédito por su bella y
acartonada cara nos despedimos.
Hace una semana me llamó de
nuevo. Que si quería cerrar la operación me dijo. Sí, claro, aquí te espero y trae la documentación firmada, respondí. Al ver
que otra vez tomaba el mismo camino salvo cambiando el agobiante agosto por el fresco octubre le
pregunté por aquella marabunta de proeveedores que le daban crédito sin
pestañear. Se rindió y cantó por soleares. Le había dejado a la luna de Valencia y recurría
a mi empresa como último recurso. Eso sí, intentado colármela si me dejaba.
Con la obra replanteada, los
empleados en el tajo y los plazos contando le llegó un fax como respuesta al
primer pedido del material. “Ajuntamos
número de cuenta corriente. Una vez realizado el ingreso en 48 recibirá en el
destino señalado su pedido”. El señor ex Presidente del Gobierno del
nuestro país todavía llamado España acertó al bautizarnos como “un sector de
cartón piedra” pero lo cierto es que a base de palos y duchas de agua fría el
cartón se deshizo. Sólo ha quedado la piedra pura, para lo bueno y lo malo.
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