Hace ya unos meses que no hablo
con Paco. Supongo que sigue colaborando con aquella empresa de San Pedro de
Alcántara. Seguirá con sus paseos mañaneros por la playa de Torremolinos.
Quedando a mediodía con cualquiera de
nosotros que le llamamos cuando la ruta nos lleva por esa zona o quejándose de
los malos fichajes del Unicaja. Tengo que llamarle.
No me gusta la San Miguel pero
Paco es muy malagueño y había poco que negociar. Lo cierto es que a la tercera
que cae ya todas las cervezas parecen lo mismo así que abrevié con las dos
primeras y asunto arreglado. Era mediodía,
el sol de noviembre calentaba el chiringuito y el dueño parecía molesto con una
pareja de nórdicos extraviada que le pedía más bebida. Era uno más en nuestra
mesa escuchando batallas. Con el cambio de tercio, aunque otra vez San Miguel,
arremetí como un morlaco y me recibió a puerta gayola: .- ¿Como lo hiciste para
verlo venir? ¿En qué momento entendiste que esa senda nos llevaba al puñetero
desastre? ¿Cuándo tomaste la decisión y te bajaste del tren?
.- (Paco) Podría decirte muchas cosas,
podría incluso hasta engañarte y te lo creerías pero sólo tuve suerte. Dude un
día y mira por dónde era el día que dudar salvó mi cuenta corriente, mi familia
y cuarenta años trabajando. Pide dos tercios más mientras yo meo los otros tres.
Satisfecho por las verónicas que
me había pegado se levantó y en enfiló los aseos para darme un respiro y
recibir los aplausos del tendido.
Suerte, -le dije cuando se sentó
aliviado y dispuesto a seguir la faena- no me dice nada. La suerte no puede
valorarse en unos balances, ¿en la cuenta de resultados como la pongo? En
ningún master ni cursillo de mala muerte que he pagado y he hecho he escuchado
“suerte”.
.- (Paco) Mira que te diga…- se tomó un
par de boquerones perfectamente fritos y bajo la voz.- quién te diga de nuestro
sector que se ha escapado de este desastre por sus conocimientos, por sus
asesores o por su experiencia en otras
crisis es un embustero y no te sientes nunca más en la misma mesa con él.
En el 2006, cuando todavía
remataba las ventas de las últimas parcelas y naves del la segunda fase del
polígono se citó con el dueño de la principal parcela rústica que configuraba
el área de actuación. Para la tercera fase esa parcela era la clave. Había
pagado a precio de oro otras más pequeñas pero sin esos quinientos mil metros
cuadrados era imposible seguir adelante con el proyecto. Se sentaron casi en la
misma mesa, con los contratos preparados, con el equipo técnico junto a ellos,
los abogados y las máquinas preparadas en la puerta para iniciar el movimiento
de tierra. El dueño de la finca le miró y le dijo: “Paco, sabes que eres el
primero pero tengo una oferta brutal y debes igualarla para que cerremos el
trato”. Para nada valió que Paco montase el espectáculo… conociéndole le diría
que no tenía cojones y de ahí para arriba pero no hubo solución.
Aproveché un descuido y media San
Miguel regó una madreselva vigorosa que tenía a mi espaldas. Ese movimiento fue
clave pues la suya estaba lista, su San Miguel, y sabía que pronto diría:
“¡otros dos tercios!!”. Y lo dijo.
Me escenificó la salida mientras
el camarero y dueño asentía. Sin cita, sin saludarse tras más de cuarenta años
y haberle comprado casi todo el patrimonio que había heredado en Torremolinos y
haber quemado más de una vez todos los garitos de la costa del sol cuando era
la Costa del Sol.
Ya eran más de las cinco, y cinco tercios, cuando me contó que durante tres días y sus tres noches, a la cuenta
de la vieja, calculó a cuanto saldrían las parcelas y las naves. Era imposible
por más que los bancos le darían prestado hasta para el mobiliario. Al cuarto
día se subió en el coche cruzó Torremolinos y aparcó en su puerta derrotado.
“Tú ganas” le dijo.
.- (Paco) Sabes, al verlo con aire
satisfecho en lo alto de la escalera supe que había llegado tarde. “Paco, te
fuiste con esos humos que dí por roto el trato. Ayer recibí la transferencia
con la señal. La parcela está vendida.” Eso me dijo. Y esa fue mi suerte. Que
dudé. Llámale instinto, suerte, que la Virgen se me apareció pero el marrón se
lo llevó otro al que le vendí muy bien vendidas las otras parcelas. Ahora, me distraigo paseando, ayudando a
Gerardo, de compras con mi mujer o tomado cervezas con los amigos mientras veo
los toros desde la barrera con la cuenta corriente llena. Al que me adelantó se
que el banco le ha quitado hasta las ganas de comer. En esta tormenta perfecta
solo hemos ganado los que la suerte nos ha sonreído y los dueños del suelo.
Creo que le llamaré mañana. Hace
ya demasiados meses que no me explica su etapa como pescador y sus noches por
la costa del sol cuando era la Costa del Sol. Igual ha tenido otro golpe de
suerte y me indica la salida.
4 comentarios:
uff, soberbio, estremecedor y a la vez muy divertido relato, amigo. El vértigo de la burbuja, casi como una ruleta rusa.(si te gusta la idea nos hacemos seguidores en los blogs, a mi esas cosas me dan animos para seguir escribiendo)
saludos blogueros, siempre.
Gracias José Antonio. Ya estoy siguiendo tu blog. Nos leemos!
gracias;ya sigo yo también el suyo. Eso
saludos blogueros
Esa es lá realidad, fortuna para unos, ruina para otros,y mantenerse para casi todos.estpendamente contada..
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