Años después, a palos, llegamos a
saber los dos que inmensamente grande era nuestro condenado punto débil. No se
quién le puso el apellido “débil” pero se transformó en autobús y nos
atropelló. Pero ese atropello ya lo contaré a su debido tiempo que todavía
estamos en la UCI y duele. En plena Gran Vía el Hotel con nombre de arquitecto
modernista para que estuviésemos como en casa. Un escenario perfecto, atardecer
de otoño, gentes sin prisa. Soltamos las maletas y a la calle que era parte
importante de la agenda.
Sin rumbo, hablábamos de
proyectos, un vino en Santa Ana para recuperar, hablamos de clientes, otro vino
en una tasca que nos pareció interesante con camareros de los años 60, otro con
los camareros de ahora… así hasta que nos dimos por cenados. El regreso lo
amenizamos con algún gin&tónic en un garito a primera vista recomendable.
Precavidos como gallos en corral ajeno optamos por la Gran Vía y dejar para
otro día, a mejores horas, descubrir nuevos caminos. Esa calle había cambiado,
“como la noche y el día” y no creo que se aplique mejor en ningún otro caso.
Mismo escenario, otras gentes, otro mundo que apareció con la madrugada.
Sería la 4h cuando desperté. Algo
no funcionaba. Pocos comerciales escucharéis decir que necesitan su almohada
para dormir bien, por unos motivos u otros llegamos, nos desplomamos y dormimos
sin evaluar el entorno hasta que suena el despertador. Las tripas no querían
dormir esa noche y empezó el segundo acto de la ruta nocturna, esta vez de la
cama al lavabo. Recordando lo comido y bebido por tal de localizar al culpable
de tal trasiego tuve que esprintar de nuevo hacia la taza del inodoro. Por suerte
para quién tuviese que limpiar al día siguiente llegué a tiempo.
Vacío, sin nada dentro que
pidiese paso, me duché, vestí y largué a tomar el aire. Sería las 7h. Un
amanecer fresco de otoño me estaba dando la vida mientras la Gran Vía había cambiado
por tercera vez, mismo escenario, otra luz, otras gentes y otros ritmos.
Fresco y confiado regresé al
hotel, firmé lo papeles y pasé a la sala dónde nos soltarían como esquivar los
impagos. El primer café lo rechacé, las pastas también. Aposté por una insípida
menta-poleo mientras le explicaba a mi compañero mis correrías nocturnas en
solitario. Hacía calor estilo sanatorio ó yo empezaba a tenerlo. El amigo ya embalado soltó tres obviedades del tamaño
de la Sagrada Familia...
1.- Firmar una póliza de seguros.
2.- Informes sobre el cliente.
3.- Vender al contado si hay
dudas.
y noté que algo seguía sin
funcionar correctamente. Vale que el conferenciante tuviera tan poco nivel como
para revolverle las tripas a una cabra pero la realidad es que la insípida
menta-poleo pedía paso para salir por dónde entró. La ventaja de los buenos hoteles
es que los lavabos están impecables, muy poco concurridos y al fondo a la
derecha como Dios manda así que a la carrera lo localicé. Ya de nuevo hueco junto
a la sala de conferencias, en un sofá, desplomado intenté recuperarme. Entré de
nuevo justo para escuchar otra de las buenas.
4.- Pedir un aval bancario que
cubra el total de la operación.
No recuerdo si fue el calor de la
sala o semejante simpleza lo que me tumbó de nuevo. Los 500 € que costó el curso, los 150 € del
hotel, la cena y el gasoil para escuchar a un “vende peines” por aquella época
de vacas gordas no nos provocaba semejante descomposición.
Esta vez un perspicaz
recepcionista, que ya me miró a lo lejos desparramarme antes, preguntó “¿se
encuentra bien?, más blanco que el papel y sin abrir los ojos le dije “algo ha
debido sentarme mal, ¿hay alguna farmacia cerca?”. Se me hizo interminable el
peatón en rojo y la anchura de la Gran Vía.
Crucé, entré y le zampé a la farmacéutica mi situación.
Bebida isotónica y que me fuese a mi casa, que poco más se podía hacer con la
gastroenteritis que manejaba. Eso hubiese querido yo, estar en mi casa… el
recorrido del sofá al lavabo lo podía hacer en récord olímpico y con los ojos cerrados.
Estaba en campo ajeno, descompuesto y rodeado del conferenciante, recepcionista
y boticaria.
Ni se me ocurrió entrar de nuevo
en la sala, esta vez, tras lavarme la cara, me senté de nuevo en el sofá lo más
dignamente que pude. No recuerdo cuantos viajes al lavabo pasaron hasta que mi
compañero salió y se acercó “¿y si nos vamos para Granada? Tras la comida se
han largado más de la mitad y tú estás hecho un cristo” Otro gran observador.
Sin abrir los ojos rebusqué las llaves del coche y cabeceé insistentemente,
supongo que me hice entender.
Desplomado en el asiento del
copiloto comprobé lo largos que son 450 km. En cada salto que dio el coche a lo
largo de la A4 y A44, que fueron y son muchos, prometía que no volvería a
apuntarme a ningún cursillo recomendado por ningún amigo sin comprobar el
currículum del conferenciante. Sobre tascas, garitos ó contemplar la
Gran Vía cada vez que cambia de luz, gentes y ambiente consideré
oportuno no prometer algo que sabía positivamente no iba a cumplir.
4 comentarios:
Y lo que gusta conocer el paisanaje a deshoras.
Y la vida que tiene Madrid a las mil y cuarto de la madrugada.
¿Cómo no ir? ¿Eh? ¿Cómo no ir? Si para una vez que se sale ...
Eso digo yo!!
Pues si José Luis. Hay muchos conferenciantes que repiten obviedades de ese tipo.
Todavía me caen peor los falsos gurús que se tienen aprendido un monólogo y van a soltándolo a diestro y siniestro por todo tipo de auditorios, televisiones. La multiplicación de la comunicación (youtube, twitter, facebook...) te permite comprobar que repiten hasta los mismos gestos y las mismas bromas. Todo es un teatro para impresionar a la audiencia con 4 frases ingeniosas. Cuantos de los gurús de ventas empezaron sus carreras mínimo como planning managers. Cuantos han salido a la calle tan solo en las famosas "sendas de elefantes" (para los no iniciados: rutas preparadas a propósito). Bueno, me callo que me enciendo.
Un saludo desde tu tierra (que una vez mas, me trata bien).
ADrián. La venta desde las trincheras.
Para mí son cómo esos tertulianos que van de programa en programa sentándo cátedra y, a la que les dan un timón serio, no son más que un Schettino de turno..... el refran de predicar y dar trigo se cumple sistemáticamente. Saludos y a las Trincheras!!
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