Una de las ventajas de las
empresas pequeñas es que, con algo de suerte y mucho trabajo, puedes tocar todos
los palos. Igual entraste en producción, logística, comercial o administración
pero sueles tener muchos números para que, en pocos años, rotes por todos y
cada uno de los departamentos. Seguro que tendrá un nombre marketiniano de
difícil pronunciación pero toda la vida se le ha llamado “servir para un roto y
para un descosido”.
La primera vez que participé en
el diseño de una fábrica completa no tenía ni idea de lo viajado que acabaría. Tampoco
era del todo consciente de cómo es el mundo de los comerciales que, por cartera
de productos, tienen líneas completas de producción. Durante las negociaciones
de esas instalaciones pude ver a varios de ellos en acción, sus estrategias, sus reacciones al
quedarse fuera de la carrera tras dedicarle tiempo y esfuerzo, los errores
principales y los secundarios finalmente decisivos para cerrar o no una
operación de tal envergadura que podría significar gran parte de sus objetivos
anuales. Me tendréis que perdonar pero debido a lo interesante que resultaron
aquellas batallitas he optado por varios capítulos y poder así explayarme algo
más de lo habitual sin llegar a cansar en exceso.
En la primera de las
instalaciones competían un fabricante español, murciano para más señas, y un italiano
con la central a pocos kilómetros de Florencia. Del resto solo recuerdo a uno
de ellos que me soltó un sermón por teléfono y otro en persona intentando
hacerme ver el gran error e injusticia que cometíamos al descartar su
propuesta. Para error el suyo pensé mientras esperaba educadamente que asumiese
elegantemente su derrota. Creo que lo derrotó más el cansancio que mis
argumentos. Fue salir de mi despacho y su tarjeta fue debidamente archivada en
la papelera.
Los dos comerciales que llegaron
con sus propuestas a la fase final dominaban absolutamente su producto, sabían
escuchar, tenían tablas para aportar mejoras que difícilmente se nos hubiesen
ocurrido a nosotros. Entre datos técnicos dejaban caer preguntas que claramente
evaluaban si éramos compradores o les estábamos haciendo perder el tiempo. Como
conocedores de la materia y con no pocos tiros pegados, en las sucesivas
reuniones dónde fuimos dando forma a la línea completa de producción, arrimaban
el ascua a su sardina con argumentos potentes y se limitaban a señalar
elegantemente los puntos débiles del contrario. Formas de proceder tan
semejantes reconozco que me tenía impresionado.
Con la invitación de ambos para
visitar sus respectivas fábricas e instalaciones ya funcionado programamos un
mes de mayo de lo más movidito. Primero tocó recorrido peninsular empezando por
su factoría en Murcia. El patrón de
actuación del comercial quedó claro desde
el primer día. Agenda completa por la mañana entre desplazamientos y visitas
rematada con una comida de trabajo que afianzase todo lo visto y hablado. Lo
que quedase de tarde y la noche absolutamente libre en la ciudad que fuese. En
los tres o cuatro días que estuvimos juntos de bolos no sacó el asunto ni una
sola vez finalizada la comida salvo que alguno de nosotros le preguntase algo
concreto y directo. Los hoteles corrieron de su cuenta y salvo el de Oporto, en
un polígono a las afueras que nos complicó la visita vespertina a la ciudad,
todo fue sobre ruedas. Al acabar la semana de “romería” quedamos emplazados a
la vuelta del verano con la decisión tomada.
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