Mientras en Granada nos dedicamos a la política de notas de prensa y en Andalucía nos quieren vender la enésima modernización, pocos están evaluando como nos afectarían los diversos escenarios post elecciones catalanas y generales.
Aunque la historia nos demuestra que todo es posible, incluso que todo siga igual, siempre hay un escenario que tiene más papeletas. El concierto vasco, y por tanto poner límite a la solidaridad interterritorial, es ese escenario. El Lendakari Urkullu es el primero que intuye que de esta se extiende su modelo al resto de España o sale trasquilado por lo que se ha quedado voluntariamente en un segundo plano hasta que escampe.
Con una carencia pactada se trataría de extender el modelo vasco al resto de España. Carece de realismo plantear su eliminación como segunda etapa del “café para todos”. Europa va por otros caminos. Por los caminos de limitar la solidaridad nos guste o no. Agotado el plazo de la carencia, diez o quince años, la solidaridad entre regiones quedaría limitada y tendríamos un estado federal con velocidad de progreso a la medida de las capacidades de cada uno. Lo que a priori parece una insensatez puede ser esa tercera vía que nadie encuentra para mantener íntegro el Estado de puertas hacia a fuera.
En esa partida que puede estar jugándose bajo la espuma mediática, las regiones que aportan sin duda irán de la mano y podemos encontrarnos con un plato cocinado, amargo y listo para comérnoslo, eso sí con toda la guarnición que queramos. Con el simple ejercicio de ponerse en el lado de los otros entenderemos que la posición andaluza es extremadamente débil y no podemos ni debemos aspirar a perpetuarnos en el furgón de cola.
Las tareas son ingentes. Esta segunda transición hecha ya sin las ataduras del siglo XX no nos puede pillar de nuevo en la irrelevancia por lo que Andalucía tiene que asumir un papel principal pero no de bloqueo. Un papel activo asumiendo que tiene potencial para no seguir siendo receptora neta. Toca remangarse y aceptar que el discurso de las balanzas fiscales ha llegado para quedarse por lo que hay que exigir un método de cálculo basado en el lugar donde se genera el consumo y no donde tributan las empresas. Tenga usted la sede donde le plazca pero a la hora de calcular todos los ratios evaluaremos y contabilizaremos donde está su cliente. Por más que sepamos que no pagan los territorios y si las personas la realidad es tozuda y la política cortoplacista ha colocado ese mensaje definitivamente. Si no participamos en ese debate sordo que se está urdiendo la concentración de las grandes empresas en Madrid, Barcelona, Euskadi y Valencia nos dejarán desarmados y condenados a tener servicios e infraestructuras de segunda o tercera división.
Nada de esto es nuevo. El modelo de una Europa que limita la solidaridad es el que se está imponiendo. Cuando la tensión Estado-Generalitat llegue a su punto máximo y Europa deba intervenir no dudará en clonar su modelo al sur de los Pirineos como solución balsámica. En este escenario que se nos echa encima la clave es que la sociedad lo asuma y actué en consecuencia.
No se trata de apelar al proteccionismo ni a los vetos rancios pero si a la conciencia de pueblo. Será difícil llegar al modelo alemán en el que las tiendas de los chinos han fracasado en su intento de desbancar al “made in Germany” pero está a nuestro alcance mirar un poco más allá del precio en los lineales y ver donde se queda el valor añadido de lo que compramos. Todo suma.
La política andaluza tendrá que moverse y estar a la altura de las circunstancias si quiere que le den cartas en este juego pero no será suficiente, la sociedad granadina y andaluza también tiene que interiorizar que es la verdadera palanca del cambio y no hay cambio sin el poder económico. Se avecinan cambios profundos de los que luego habla la historia, en esta segunda transición Andalucía tiene que elegir ser actor principal o mirar desde el tendido y lamentarse después.
Publicado el 3 de agosto en el blog #EnLaCarretera de @granadadigital
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