Con el tratado del Ebro Roma y Cartago se repartieron Iberia para hacer de las suyas sin tener que estar todo el día mirando a su espalda. Siglos después Castilla y Portugal trazaron meridianos con el mismo objetivo pero a lo grande. La historia está llena de estos pactos entre los que se intuyen “iguales” en los que siempre pierden terceros que no tiene entrada para la fiesta. Estos pactos no son más que una tregua y duran hasta que uno de los dos se siente fuerte para reclamar su hegemonía completa. Cosas de los ejes.
No necesitamos echar mano del vuelo de las aves ni mirar las vísceras de un cabrito joven para saber que el eje Málaga-Sevilla es un caso similar aunque en miniatura. Los alcaldes de ambas ciudades envuelven en palabrería barata lo que es un reto de liderazgo en toda regla. Sevilla siente el aliento de Málaga en el cogote y la segunda todavía respeta la capitalidad de Sevilla.
En nuestros tiempos un eje como este no se hace para conseguir territorios, materias primas, ni cosechas pero si inversiones industriales, culturales y en obra pública. Mientras se reparten el pastel, el resto de Andalucía quedaremos como apéndices simpáticos y cariñosos. Simples satélites agradecidos por las migajas que nos dejen.
Ni del alcalde interino de Granada ni de los alcaldes en la sombra, que haberlos los hay, podemos esperar que intuyan lo que se está cociendo y mucho menos que planifiquen como conseguir entrada numerada para la fiesta, así que debería ser la Junta de Andalucía y los dos alcaldes del pacto los que recapaciten. La misma historia deja claro que estos pactos siempre acaban con un vencedor y otro en el purgatorio. Más les valdría liderar aquello que sí se sabe que funciona para desarrollar un territorio de forma equilibrada.
La Andalucía que genera progreso no sabe de provincias, de ríos, ejes ni fronteras. Aparece aquí y allá a pesar de esta política cortoplacista que se orienta a golpe de titulares. Pocas iniciativas consiguen el tamaño necesario para competir más allá de Despeñaperros y es este el objetivo el que debería perseguir la política. La empresa andaluza adolece de tamaño. Demasiado grande para su territorio y demasiado pequeña para sobrevivir fuera. En este mundo el tamaño sí importa. Las administraciones podrían dedicarse a fomentar el asociacionismo como mejor forma de conocerse y evolucionar juntos. Podía poner los espartos para que confluyan proyectos similares ganando en envergadura, músculo financiero y capacidad de afrontar retos evitando que vayan a la guerra cada uno por su parte. La falta de tamaño frena proyectos viables e iniciativas ambiciosas condenándolos a llegar tarde y débiles a los mercados pues en los negocios como en la guerra el efecto sorpresa es imprescindible para irrumpir en un mercado y reclamar un puesto.
Casualmente el tamaño medio de las empresas en una región está directamente relacionado con la tasa de desempleo. Causalidades y no casualidades pero si finalmente al resto de Andalucía nos acaban partiendo por el eje imponiendo sus reglas y costumbres si les pido que al antiguo reino de Granada le toque acostumbrase a la cerveza que se fabrica junto al Guadalhorce. Todo tiene un límite y ese eje en materia de cerveza sería demasiado castigo.
Publicado "en la carretera" de @granadadigital
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