Que cada mes tengas que pagar una
letra del tamaño de un toro de Osborne puede tener dos consecuencias, que
agudices el ingenio para sacar el proyecto adelante o que la cornada se
proporcional al toro, a la letra y al entierro.
Con nuestra fábrica reluciente las
primeras cornadas la capeamos gracias a la tendencia del mercado, en aquellos
primeros años 2000 en nuestro sector todo era hacia las nubes, algo así como el
penalti que lanzó Sergio
Ramos en la semifinal de la Champions. Un
análisis algo más profundo dejaba claro que atendíamos un exceso de demanda en
productos de baja gama con un precio medio penoso y sin conseguir un
posicionamiento que nos diese estabilidad si venía el viento en contra. Poco aficionados a las reuniones no necesitamos muchas para descartar montar una estrategia para posicionar
la marca a nivel nacional sobre todo por aquello de los plazos requeridos, la
inversión necesaria y las cornadas de nuestro amigo el toro cada mes.
Como industrial fabricar para
otros bajo sus marcas no está del todo bien visto, sobre todo por aquellos que
todavía creen poder conquistar comercialmente un mercado por su bella cara y
sin apenas inversión. La cruda realidad es todo lo contrario, abrir mercados,
hacerlos crecer y mantenerlos fuera del alcance de la competencia tiene tal
coste que no tiene nada que envidiar a cualquier inversión industrial. Nuestra
apuesta fue clara, seguir creciendo en nuestro mercado propio introduciendo los
productos de alta gama conforme a nuestras fuerzas y apostar por fabricar para
otros aun sacrificando margen.
Otros fabricantes de mortero sin la capacidad
técnica o industrial suficientes, ceramistas o caravisteros fueron nuestros
objetivos. Todos ellos con mercados propios al alcance de nuestras manos y de pocas reuniones comerciales. En menos de un año los objetivos se cumplieron, los pedidos
llegaban, se fabricaban y se suministraban con tal alegría que ampliamos la
fábrica para poder atender la demanda generada. Aquello parecía no tener fin pero otro toro con los cuernos más grandes nos esperaba tras la esquina.
Han pasado los años y todavía la
fabricación para otras marcas es un porcentaje significativo de nuestra
facturación. Con algunos clientes seguimos, otros no existen y otros nos
pusieron unos cuernos más grandes que los de nuestro amigo el toro pero lo que
resuena una y otra vez en mi cabeza ante la situación actual, demanda famélica
y tanta fábrica de adorno, son las palabras de mi viejo amigo comercial
multicartera que llamaba mandamiento judío: “comprarás y
venderás, pero nunca fabricarás”. Solo comercializar te dota de cierta
flexibilidad ante sorpresas desagradables, ser fabricante se parece bastante a
tener los pies dentro de un metro cúbico de hormigón. Barreras de salida le llaman en las escuelas de negocio al tener o no tener "hormigón" en los pies.
Ya es tarde para lamentos, y no
creo que una sociedad que pretenda ser un actor importante en el contexto
internacional se pueda permitir sistemáticamente un “que fabriquen ellos”.
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