He perdido la cuenta. Sinceramente
debo decir que ya no escucho, desconecto en cuanto dicen que los del sector de
la construcción debemos reciclarnos. Que tenemos que pensar en nuevos campos de
actuación nos dicen. Antes, hace unos años, me angustiaba e intentaba explicar la complejidad que conlleva cambiar toda una industria preparada
para fabricar masivamente ciertos productos muy específicos. Los entendidos en
la materia le llaman “barreras de salida”. Yo prefiero llamarle estar pillado en una trampa para osos, es menos glamuroso
pero refleja mejor las sensaciones ante un mastodonte que solo sirve para hacer
bloques de hormigón. Llamarlo así, por su nombre, tiene otra ventaja, no suelen sacar de nuevo el asunto.
Dada esta complejidad las
empresas del sector hemos ido menguando según la demanda de nuestros productos
o simplemente desapareciendo haciendo mutis por el foro en forma de compañeros
apuntados a la mayor empresa del Estado, INEM SA. Otras, las que han llegado
hasta aquí gracias a su fortaleza o que se han ido comiendo la despensa en
estos últimos años se parten la cara entre ellas por llevarse a la boca las
cuatro obras mal contadas que sale a licitación.
Desde hace unos meses puedo
confirmar la excepción que toda regla tiene. Allá por 2009 un cliente que
llevaba toda la vida como contratista de viviendas me dijo que no estaba dispuesto a seguir
contratando obra a riesgo de no cobrar o si margen. Viendo la que se nos venía
encima optó por invertir lo ahorrado en el cambio y ni un euro en la subsistencia. Pensaba apostar
por explorar una oportunidad y no en mantener el enfermo con oxígeno, gotero y
calmantes a la espera de un final predecible. Por aquellos meses, guadaña en
mano, cerraba una de las secciones de mi empresa. Tornos, fresas, soldadoras de
hilo debidamente empaquetadas y con el correspondiente lazo se las vendí.
Baratas me dijeron unos, caras viendo que ahora con un torno último modelo te regalan la fresadora y un viaje por el corazón de Europa. Me explicó su proyecto, mezcla de su espíritu inventor y de los conocimientos adquiridos en sus años como estructurista. Le di
ánimos y a otra cosa que la apisonadora del mercado nunca respeta tiempos
muertos ni perdona sentimentalismos.
Hace pocos meses recuperé su
pista. Su primera instalación completa se puso en marcha junto a la A44 a la altura del Suspiro del Moro. Un molino de viento diseñando, fabricado e
instalado por el que fue encofrador, albañil y encargado de obra mueve
garbosamente sus aspas mientras saca agua a 100 metros de
profundidad para regar espárragos en pleno secano de Padul sin gastar un Euro en
energía. A José Delgado
ninguna sultana, por muy Aixa que se llame, podrá espetarle si fracasa que no lo intentó, que no
se recicló que no defendió su futuro más allá de los ladrillos, el hormigón o
los encofrados. Merecen triunfar los "José Delgado" que andan por esos polígonos sin resignarse a su suerte.