Aunque con tiempo sobrado decidí desayunar ya en la sala de embarque por aquello que la tranquilidad ayuda a la digestión. Con el vuelo programado para las once guardé el ticket del taxi y vi las 10 en el reloj del aeropuerto. Desayunado y ya en la cola del embarque salió el mensaje “vuelo a
Málaga retrasado”. La primera hora la
sobrellevé con un periódico, un segundo café y la imagen panorámica de todas
las operaciones que ofrece el aeropuerto de Los Rodeos.
El avión seguía a la vista pero
ya no estaba rodeado de operarios color butano. Ahora solo dos operarios estaban en escena husmeando por una
trampilla justo en la perpendicular de la ventanilla del piloto. “Esto va para
largo” me dijo uno que observaba la misma escena. “Espero que no” le dije. Apareció
de nuevo el vuelo en pantalla anunciando dos horas para su nuevo intento de
salida.
Os ahorraré describir las típicas
escenas de aspavientos y lamentos
que os podéis imaginar. Localicé
al oráculo que predijo el asunto sentado, relajado, con una pequeña maleta
junto a él y en sus manos una novela. Ese tipo sin duda era un comercial con tantas horas de vuelo como kilómetros de asfalto tenía yo. Sabía
lo que significaba esperar. Con la pantalla a la vista saqué la mía, la novela,
y puse el piloto automático.
Oleada tras oleada las horas pasaban y los vuelos salían, pero no el nuestro.
A estas alturas la lectura empezaba a no funcionar, el síndrome del isleño ya
rondaba por mi cabeza y me uní a los que daban vueltas sin rumbo fijo por la sala.
Los del vuelo a Málaga nos reconocíamos en los
lavabos, en la cafetería o en el mostrador de "desinformación". La pareja que
llevaba toda la mañana a cara de perro recriminándose la situación ahora
dormían uno apoyando en el otro. Un grupo todos en chándal ya se habían cansado de jugar a
las cartas, ahora pateaban una balón de papel. Paré frente a una pantalla esperando novedades, echaba de menos mi
coche y kilómetros de asfalto por delante.
“Esto se pone feo” dijo el oráculo
justo un paso tras de mí, guardó la novela y se encaminó hacia la cafetería. “Vuelo a Málaga cancelado” ya estaba en las pantallas cuando miré de nuevo. Lo que tardé en cerrar la boca tiré de
la maleta tras el oráculo sorteando una marea de gente desencajada camino del
mostrador. Con un sándwich en la mano y un botellín de agua me saludó y le vi
salir de la sala de embarque. Eran pasadas las seis de la tarde y solo pensar en pasar la noche en esa sala o en un hotel me producía escalofríos. En terreno desconocido para un comercial de
carretera no lo dudé, le seguí.
“Hola de nuevo” le dije esta vez
yo un paso tras él frente al mostrador de facturación de la compañía. “Aprendes
rápido, mira atrás” me dijo. Todo el vuelo en masa y a la carrera se dirigía
hacía nosotros. En minutos la cola se retorcía por toda la Terminal.
Antigua carretera de Málaga por el Puerto de los Alazores |
“Soy del vuelo a Málaga
cancelado, viajo solo, sin equipaje facturado y me vale cualquier destino de la
península pero debo salir de la Isla”. Vía Barcelona llegué a Málaga sobre las
doce de la noche.
Subiendo por Las Pedrizas le di las gracias con retraso al
oráculo amigo que me enseñó a moverme por aguas extrañas para un comercial
de secano.
1 comentario:
Magnífico relato. Educativo para los "comerciales de secano y asfalto". Saludos.
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