domingo, 17 de noviembre de 2013

Los bares de carretera y sus menús.



Aunque pensemos en los franceses al hablar de “chovinismo” os puedo garantizar que nosotros no andamos muy a la zaga. Un ejemplo es “en España se come bien en cualquier sitio”.  Perdonadme pero eso no es cierto y tengo las pruebas. Cualquier comercial que ande por esas carreteras patrias os podrá decir que ha comido cosas y en sitios que ninguno de vosotros podrías imaginar. Algún día publicaré una guía de los bares de carretera en los que no debéis parar a comer bajo ningún concepto.

Para no pecar de trágico también podría marcar en un mapa otros muchos lugares a los que sería de obligado cumplimiento peregrinar de rodillas para agradecerle lo que son capaces de dar de comer por no más de diez euros y en poco más de media hora.  A un buen bar de carretera le envidian los restaurantes cargados de estrellas por la calidad que son capaces de dar con tan poco y los de “comida rápida” podrían aprender mucho de ellos en lo referente a dar de comer a muchos en poco tiempo. Pero los buenos sitios los dejo para otra guía que dudo mucho que escriba.



A pie de cualquier arcén hay menús que perfectamente podrían acabar con el aparato digestivo de la cabra más embrutecida. Esquivarlos es todo un arte que se aprende a base de kilómetros y dolores de vientre. Bolitas de porexpan con forma y color de arroz, suelas de alpargatas pringadas con formas que recuerdan a un bistec de ternera, patatas fritas que pudieran ser usadas como puntas de flecha. Sobre las sopas de picadillos y las cosas que flotan en ellas hay datos para una enciclopedia y este artículo no da para tanto. La única ventaja que tienen esos menús-trampa es que sales tan ligero para seguir la ruta como llenos los platos vuelven a la cocina.

Cuando no has superado los cien mil kilómetros a tus espaldas puedes creer que la solución es preguntarle al último cliente de la mañana pero, recuerda, él come cada día en su casa y no tiene porque saber el nivel de cada garito. Además piensa con la cabeza, unos tiene unas ganas locas que le dejes en paz y otros recuerdan las épocas gloriosas en la que se le rifaban para comer a la carta con café puro y hoy ni le invitas a un triste menú así que, yo en tú lugar, no le creería a pies juntillas.


Dadas las circunstancias lo más recomendable cuando transites por asfaltos desconocidos es optar por el socorrido bocadillo de lomo en la barra pues hay que ser muy tarugo para que no esté comestible, además, la plancha mata cualquier visitante inesperado. Como siempre me ha gustado eso de la innovación no descarto llevarme en las próximas rutas esas bolsitas con “mistol” comestible que se zampan los ciclistas y no parar ni para comer mientras no localice bares dignos de incorporarse a la guía buena de menús gloriosos por menos de diez euros que difícilmente un día escribiré.