Aunque pensemos en los franceses
al hablar de “chovinismo” os puedo garantizar que nosotros no andamos muy a la
zaga. Un ejemplo es “en España se come bien en cualquier sitio”. Perdonadme pero eso no es cierto y tengo las
pruebas. Cualquier comercial que ande por esas carreteras patrias os podrá
decir que ha comido cosas y en sitios que ninguno de vosotros podrías imaginar.
Algún día publicaré una guía de los bares de carretera en los que no debéis
parar a comer bajo ningún concepto.
Para no pecar de trágico también
podría marcar en un mapa otros muchos lugares a los que sería de obligado
cumplimiento peregrinar de rodillas para agradecerle lo que son capaces de dar
de comer por no más de diez euros y en poco más de media hora. A un buen bar de carretera le envidian los
restaurantes cargados de estrellas por la calidad que son capaces de dar con
tan poco y los de “comida rápida” podrían aprender mucho de ellos en lo
referente a dar de comer a muchos en poco tiempo. Pero los buenos sitios los
dejo para otra guía que dudo mucho que escriba.
A pie de cualquier arcén hay
menús que perfectamente podrían acabar con el aparato digestivo de la cabra más
embrutecida. Esquivarlos es todo un arte que se aprende a base de kilómetros
y dolores de vientre. Bolitas de porexpan con forma y color de arroz, suelas de
alpargatas pringadas con formas que recuerdan a un bistec de ternera, patatas
fritas que pudieran ser usadas como puntas de flecha. Sobre las sopas de
picadillos y las cosas que flotan en ellas hay datos para una enciclopedia y
este artículo no da para tanto. La única ventaja que tienen esos menús-trampa
es que sales tan ligero para seguir la ruta como llenos los platos vuelven a la
cocina.
Cuando no has superado los cien
mil kilómetros a tus espaldas puedes creer que la solución es preguntarle al
último cliente de la mañana pero, recuerda, él come cada día en su casa y no
tiene porque saber el nivel de cada garito. Además piensa con la cabeza, unos tiene
unas ganas locas que le dejes en paz y otros recuerdan las épocas gloriosas en
la que se le rifaban para comer a la carta con café puro y hoy ni le invitas a
un triste menú así que, yo en tú lugar, no le creería a pies juntillas.
Dadas las circunstancias lo más
recomendable cuando transites por asfaltos desconocidos es optar por el
socorrido bocadillo de lomo en la barra pues hay que ser muy tarugo para que no
esté comestible, además, la plancha mata cualquier visitante inesperado. Como
siempre me ha gustado eso de la innovación no descarto llevarme en las próximas
rutas esas bolsitas con “mistol” comestible que se zampan los ciclistas y no
parar ni para comer mientras no localice bares dignos de incorporarse a la guía
buena de menús gloriosos por menos de diez euros que difícilmente un día
escribiré.