Les dejé como a dos lagartos al
sol en una terraza de Borreguiles. Me separé un poco para darles su espacio. De
todas formas el impacto blanco al salir del telecabina había desactivado su
cortesía y no paraban de hablar en hebreo. Los ojos de par en par, sonrisas de
niño en noche de reyes y la cámara del
iphone echando humo eran prueba suficiente para descartar que estuviesen
jurando en arameo. La visita a La Alhambra del día de antes les había dejado
con la guardia baja y el rictus de duros negociadores embarcando ya camino de Tierra
Santa.
Jugaba con las cartas marcadas.
Ahora era yo el comercial de operaciones, las máquinas a la venta las que
compramos hace unos años y el escenario Granada, La Alhambra y Sierra Nevada.
En sus dos primeras visitas todo fueron precios, descuentos, estado de los
equipos y poca cosa más. Al hablarles de combinar el trabajo con el turismo un
gesto me dejó claro que no tocaba. Pero el mensaje caló.
En el segundo me dieron
cuartelillo y en un receso me puse por primera vez la gorra de guía turístico.
Iban madurando y el trato se cerró. A precio de ganga embarcamos contenedor a
contenedor lo fabricado en Finlandia, estrenado en Padul y, por obra y gracia
del hundimiento del sector de la construcción, vendidas de segunda mano junto al
Monte de los Olivos para salvar otras líneas de negocio con más futuro.
Con los últimos contenedores
saliendo por el Suspiro del Moro camino de Almería aceptaron conocer el
escenario. Ellos con la ganga cazada y nosotros con el dinero en la cuenta
corriente los subí por la
cuesta Gomerez mientras le relataba que Granada fue íbera, romana,
musulmana y capital del Imperio por unos años. Envueltos por el bosque de la
Alhambra les conté historias de
Sultanes, de exilios forzados y de embajadores americanos. Horas más tarde su
Visa descarriló irremediablemente en la tienda de la Alhambra de Plaza Nueva y
ellos en el Paseo de los Tristes sobrepasados por un escenario inesperado.
Con la gorra de comercial o con
la de guía turístico les observé siempre procesando la información, recordando
cuando era yo el que estaba en el otro papel y midiendo mis palabras para no
estropear el negocio ni su disfrute como unos turistas más. Que la vida es una
rueda y no para de dar vueltas viéndote unas veces abajo y otras arriba es una
de las verdades más rotundas que he podido constatar. Ser consciente de la
posición en cada momento acaba siendo lo único importante de tal forma que te
vas preparando para en la siguiente vuelta no cometer los mismos errores por
aquello de que en la variedad esta el gusto. Y si para que siga rodando esta
rueda caprichosa hay que vender las joyas de la abuela se venden. Aixa lleva ya
cinco siglos bajo tierra para recriminarnos nada.